¿QUÉ ES UN ANTIPOEMA?
El primer equívoco se refiere al concepto mismo de la antipoesía, que Parra ha formulado —o más bien ha enredado, según la costumbre de su ingenio— en estos términos:
¿Qué es la antipoesía?
¿Un temporal en una taza de té?
¿una mancha de nieve en una roca?
¿Un ataúd a gas de parafina?
¿Una capilla ardiente sin difunto?
Marque con una cruz
la definición que considere correcta.
Un antipoema no es, por supuesto, otra cosa que un poema: debe eliminarse cualquier mitología al respecto. Antipoemas han existido siempre en la historia de la poesía. Y también antiantipoemas, etcétera. La vida interna de la poesía está hecha de tales oposiciones. Marcial es antipoeta de Ovidio, Quevedo lo es de Garcilaso; Heine de Goethe, Michaux, de Valéry; Pound, de Tennyson… Así se trenzan en la historia poética lo dionisíaco y lo apolíneo, lo románico y lo clásico, la ironía y el lirismo, el evento existencial y la perfección esencial. Hay una mecánica del proceso antipoético: las formas expresivas que llamamos clásicas, y que consagran el equilibrio entre la experiencia y el lenguaje, por el camino de la perfección estética tienden a alejarse de la existencia, de la historia, del sentimiento, y a endurecerse en retóricas. Su cansancio engendra antipoetas de fortuna varia, poetas de crisis, cuyo verbo irónico y corrosivo quisiera devolvernos el contacto con la experiencia real del hombre en situación.
El antipoema de Parra no es la serena y apolínea creación que se produce en una cumbre de equilibrio de la forma verbal y la experiencia humana. Es la poesía de una época no apta para tales triunfos, clasicismos ni armonías. Y que ya no puede cantar a la naturaleza, ni celebrar al hombre, ni glorificar a Dios o a los dioses, porque todo se le ha vuelto problemático, comenzando por el lenguaje. En compensación, este producto alejandrino, romántico e imperfecto que es el antipoema, renueva un intenso contacto del hombre con su destino y con las honduras de la subjetividad viva: aparece como una recuperación —por la palabra— de la realidad perdida en el verbalismo, y es el semillero de nuevas e inusitadas formas de lenguaje.
El antipoema se llama así con propiedad, pues sólo existe en una relación dialéctica con el “otro” poema, del que secretamente se nutre. ¿Cómo sería posible esta obra, sin las graves experiencias que viene a corroer, sin las grandes palabras que viene a problematizar? Por eso su peligro es el nihilismo: estriba en que su hermosa fuerza destructora, más allá de la energía de liberación que despierta, no pueda ofrecernos nada semejante a los ídolos que destrona.
La antipoesía se alimenta de una tradición poética precisa: la que proviene del simbolismo, pasa por la poesía pura y el surrealismo, y termina en el cansancio de las imágenes herméticas, en la sutileza de los «metaforones», en las coartadas de la oscuridad lírica. Semejante reacción obra a través de dos mecanismos esenciales: la ironía, que cuestiona el contenido de las experiencias sublimes, y el prosaísmo o el acercamiento límite del poema a la prosa, que cuestiona el lenguaje de grandes lirismos.